García Luna: El Rostro de la decencia distorsionada en tiempos de corrupción.
El caso de Genaro García Luna continúa siendo un reflejo nítido de las complejidades y contradicciones que acompañan a la política mexicana, tanto en su ejercicio cotidiano como en la administración de justicia. A raíz del juicio que lo condenó en Estados Unidos, muchos lo han señalado como el símbolo de la corrupción y la colusión entre el Estado y el crimen organizado. Sin embargo, voces como la del destacado columnista Román Revueltas Retes nos presenta un ángulo muy interesante que nos invita al análisis: ¿Es posible que, a pesar de sus actos, García Luna fuera mucho más decente que tantos otros personajes del poder?
El concepto de “decencia”, me parece, cada vez es más subjetivo. Según la reflexión de Revueltas, en comparación con la enorme cantidad de figuras públicas cuya moralidad está completamente en tela de juicio, García Luna representaba una especie de contradicción en lo ético. ¿Puede ser más “decente” alguien que, habiendo tenido acceso al poder, siguió ciertas ‘reglas de institucionalidad’, mientras que al mismo tiempo se beneficiaba del descontrol que impera en la estructura del Estado? Esta comparación invita a reflexionar sobre las bases mismas en las que evaluamos la moral y la decencia en el poder.
El caso García Luna es un tema que es digno de análisis profundo. Las últimas décadas se ha mostrado cómo algunos de los líderes más destacados del país, ya sea en política o en el ámbito de seguridad, han estado involucrados en una red de complicidad que no solo afecta la credibilidad de las instituciones, sino que también debilita de manera importante la confianza de la ciudadanía. Las críticas a García Luna no se limitan a sus presuntos vínculos con el narcotráfico, sino que señalan un deterioro preocupante: la incapacidad que tenemos en el país para generar verdaderos liderazgos morales en la arena pública. Frustrante, no crees? .
El juicio de García Luna en Estados Unidos es un recordatorio de que la justicia, aunque tarde, llega. Sin embargo, la reflexión que plantea Revueltas no tiene desperdicio: García Luna podría haber sido más decente que muchos otros, no porque fuera un ejemplo de virtud, sino porque en el lodazal político actual de México y donde por décadas la corrupción es la norma, hemos sido testigos que su caso no es precisamente el más escandaloso. Esto plantea una interrogante que me inquieta sobre la moralidad de la clase política y de las personas que han decidido nuestro destino desde el poder.
La aprehensión de García Luna es, sin duda, un claro mensaje de que algo no funciona en lo estructural del Estado mexicano. Es también una advertencia sobre cómo la política de seguridad, en manos de quienes carecen de un verdadero compromiso con el bienestar de la Nación, puede convertirse en una herramienta de terror y control más que en una fuente de protección.
Al final del día, García Luna es una pieza más en el gran rompecabezas de la corrupción sistémica, pero su “decencia” relativa refleja las profundas fallas de un sistema hediondo que no ha terminado de purgarse.
Así las cosas…
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